Hacía algunos meses que no veía esa mirada, hacía
unos meses que era feliz. Sí, muy feliz. Pero lo de ayer fue otro nivel.
Sus ojos azules, tímidos pero saltones a la vez,
con tanto que contar pero con tanto
escondido. El mundo se reducía a ellos cuando brillaban con esa magia, creo que
ni él mismo sabía que la poseía. Tal vez solo era cosa mía, tal vez solo podía
verla yo, y te juro que lo prefería así, egoístamente, que nadie más los
conociera así como yo los veía.
Sus mejillas eran otra magnifica historia también.
Rojas por ese sol de primavera o quizás por el calor del edredón que ya sobraba
al dormir esos mediodías de ligera brisa cálida.
Sus ojos clavados en mí, con esa mirada tan fuerte
que avergonzaba, que te dejaba desnudo ante todo, ante la vida misma. Solo
podías hacer dos cosas, o cerrar los ojos e intentar ignorar los suyos, o
rendirte ante esa fuerza azul brillante de su mirada.
Las palabras sobraban. Mentira, mejor dicho las
palabras se quedaban cortas. No había palabras para describir sensaciones como
aquellas, o tal vez mi ignorancia me impide narrarlas. Cualquier palabra
pronunciada en aquel preciso momento habría hecho a pedazos aquel bucle que nos
separaba del mundo real, nunca mejor dicho, era como columpiarme en la luna.
Solo me cayó una lágrima, quizás más de una lo
acepto. Pero nadie me ha enseñado a transmitir algo tan fuerte, no sabía
hacerlo, nadie me educó para ello, nadie me describió eso antes, nadie me
previno de ello. Quizá es tan mío que me he creado un sentimiento.
No lo era todo, más solo puedes serlo todo tu
solo. Pero sí que era gran parte de mi todo.