Hacía ya mucho que ninguna lagrima salada recorría su
mejilla de forma tan dulce. Ella amaba la vida y amaba a cualquier ser que se
la hacía más fácil y mágica. Se enamoraba de la magia cada vez que esa bailaba
por su alrededor, y cuando ella la atrapaba, el mundo dejaba de existir. Eran:
ella, su magia, y quien se la provocaba, y así podía sumar cien noches a solas
como si se tratara cada noche de la primera, como si el tiempo no pasase y a la
vez se esfumase tan rápido. Te diría que no había vuelto a amar desde aquel
frío invierno donde encontró el calor entre tantos que la rodeaban, pero mentiría.
Hubo un verano en que las condiciones no existían, donde no pudo esconder más
su esencia, y donde por fin se volvió a encontrar, donde cualquier paso que
diera en firme la llevaría al bonito error de volver a ser ella, donde agachó
la mirada y la fijó en aquello que su corazón no paraba de decirle a gritos que
no era su lugar. Te mentiría si dijera que no había vuelto a amar desde ese
caluroso invierno, pero es que no lo había dejado de hacer desde aquel frío
verano.
Vuelve a enamorarse de un precioso cuerpo cuando duerme.
*nna.