Hoy ella necesitaba que
le cayera un buen chorro de agua encima.
Y no lo necesitaba bien frío para
despertarse de nada, como tanto le había hecho falta otras veces, no. Hoy lo
necesitaba caliente, tan caliente que hubiera un limbo muy fino entre el gusto
y el quemazón. Hoy necesitaba un agua transparente tan caliente que la
arropara, que su humo difuminara sus miedos, una bañera caliente que la mimara
un poco, que la hiciese sentir cómoda y renovada, que le sacase ese frío que
llevaba dentro de golpe, y que le devolviese su calor.
Su comodidad se albergaba
sola, y no era nada malo aparentemente. Lo escalofriante era cuando su
comodidad se hallaba solo con su propio calor, cuando se había acostumbrado a
que nadie la bañase en agua cálida. Sola e independiente como siempre, pero no
querría acostumbrarse a ello. Al final siempre le daba la espalda.
A ella le encantaba el
agua hirviendo. O muy fría, tanto que helase.
La cuestión era que fría o
caliente, tenía que dejarla sin aliento.